Veinte años de la barriga de trapo: la mentira que maravilló a Gabo

Es probable que usted recuerde una historia como de película que paralizó al país hace 20 años. Esa historia, que se inició en las polvorientas calles del barrio Nueva Colombia de Barranquilla, tiene como protagonista a una joven, de 1,75 de estatura, que con 16 años estaba a punto de parir a seis, siete u ocho hijos de ‘un solo dolor’. No era un embarazo cualquiera, como el de aquellas mujeres a las que ella recurría para soportar su mentira pidiéndoles sus fórmulas médicas con el fin de replicarlas y enseñárselas a su familia. Era uno que haría que el mes de noviembre del año 1997 quedara para la posteridad como el momento en el que se ‘gestó’ la Barriga de Trapo.

“Ay, no, eso fue una locura. Yo era muy joven e inmadura. Me enteré de que él me estaba engañando con la que era mi mejor amiga. Nada más quería que él se quedara conmigo, por eso me inventé el embarazo”, dice Liliana Cáceres al recordar las razones por las que se ideó el plan con el que pretendía retener a Alejandro Ferrans Altahona, quien era su pareja  y al que ella consideraba el hombre de su vida.

“Le dije que estaba embarazada porque supe que Lorena había quedado en estado. Al comienzo tomaba mucha agua y jugos para que se me inflara la barriga, y con los meses empecé a llenar poco a poco un vestido de baño enterizo de color negro con mi ropa para que pareciera que me crecía el ‘vientre’ de embarazo”.

Para ese entonces, Alejandro, de 22 años, ya no quería seguir viviendo con ella.

En esos largos meses de ‘gestación’, Cáceres vivió el desprecio de su novio, que ya había comenzado una relación con Lorena, la mujer que conoció siendo amiga de Liliana y con la que hoy está casado y tiene dos hijos.

“Él me decía que me fuera de su casa, me echaba. La mamá le pedía que me dejara, que a una hija ajena no se trataba así”.

Aunque vivían bajo el mismo techo, Liliana y Alejandro no tenían contacto y no dormían juntos, pero Georgina Altahona, madre de Alejandro –que según Liliana, le tenía mucho aprecio–, la mantuvo en su casa mientras pasaba el embarazo, acompañó y dio dinero para las medicinas que “recetaban los doctores”.

Durante ese tiempo  fue rellenando sin medida el traje que sostenía los trapos para demostrar que su estado avanzaba con normalidad. “En la casa no había espejo, por eso no me veía, yo exageré con ese poco de ropa. La gente quería tocarme, pero yo no me dejaba agarrar de absolutamente nadie”.

También es probable que la imagen que define esta historia usted la tenga grabada en la retina. Una mujer humilde, vestida con una batola blanca –casi traslúcida–, acostada en una camilla del Hospital Universitario con un vientre desproporcionado, de donde su familia y Colombia entera esperaban que salieran los bebés, los seres que le “arreglarían la vida”, y un hombre flaco, de tez trigueña, que sonreía con orgullo o con nerviosismo parado justo a su costado.

Liliana no pensó en las consecuencias de la película que se había inventado y tampoco consideró las marcas que le quedarían, no solo en los hombros por el peso de los trapos que cargó por cuatro meses, sino en la vida por haberse ideado una historia macondiana “creada por amor”.

Ella no es Gabriel García Márquez, pero sí fue una de las pocas personas que tuvo el honor de recibir una llamada suya para invitarla a platicar. Su ‘creación’ hizo que uno de los más grandes de la literatura a nivel mundial quisiera escuchar de su boca cómo era que se había ‘craneado’ semejante historia. En esa ocasión, Gabo visitó Barranquilla para dictar un taller de crónica y pidió conocerla. De acuerdo con algunos asistentes a ese encuentro con el Nobel, el nacido en Aracataca alabó la imaginación de Cáceres al punto de decir que la suya no era comparable con la de ella.

“Él me tomó unas fotos y me dijo que me iba a ayudar para que estudiara para ser actriz de televisión y después iba a escribir un libro sobre mí, pero eso nunca se dio. Ahora siento nostalgia porque no pensé nunca encontrarme con alguien tan reconocido, y por una mentira tenerlo cerquita, por una mentira que yo quería que fuera verdad”, recuerda Cáceres.

Esa mentira creció como una bola de nieve hasta el punto de que no tuvo marcha atrás. El escándalo era inminente y lo único que pasaba por la cabeza de Liliana, según dice, era tirarse por la ventana de su habitación, ubicada en el sexto piso del Hospital Universitario. “Yo en verdad me quería matar. Me daba mucho dolor saber que le iba a causar tanta vergüenza a mi familia y que iba a perder a Ale”.

Su intento de suicidio fue fallido ya que en ningún momento estuvo sola. “Yo acepté irme para el hospital en la ambulancia porque no sabía que allá me iban a poner un vigilante. Yo lo que tenía pensado era ir, como me pedían, y a la medianoche volarme, irme para Cartagena, sacarme los trapos en el camino y no regresar en un tiempo, cosa que si me preguntaban, decía que había perdido a los bebés”.

En la desesperación de verse atrapada, cuenta que trató de lanzarse, pero el guardia de turno lo impidió. “Creo que pocas personas saben que él me agarró de la bata blanca que tenía, por eso fue que no me maté”.

Su mente vuela alto. Su capacidad de creación queda expuesta cada vez que abre la boca para referirse a cualquier tema, así su vida transcurra ahora entre la cotidianidad de ganarse el diario haciendo trenzas y dando masajes en las playas de Cartagena y la convulsionada crianza de sus cuatro hijos –un hombre y tres mujeres– de 16,13, 10 y 9 años.

Las suposiciones que  hace en su mente, de lo que podría ocurrir, sacan a relucir la gran imaginación que tiene, como cuando piensa en el futuro de sus hijos de carne y hueso, esos que concibió cuatro años después de su lanzamiento al “estrellato”.  “Yo me volví famosa por lo que hice, pero famosa pobre, ojalá hubiese sido famosa rica”, dice sonriente.

“Quedar embarazada de verdad fue lo más hermoso que me pasó. Ahí sí sentí los movimientos de mi hijo en la barriga y eso es lo mejor que hay. Uno tiene que estar pendiente de ellos porque no se sabe lo que puede pasar, en la calle están expuestos a muchas cosas y qué tal que se vayan por el mal camino, que la gente poco a poco los vaya alejando del lado bueno. Eso me preocupa  más con mi hijo varón, criar a un hombre es más difícil”, afirma Liliana, sentada a la orilla del mar cartagenero, mientras sus ojos reparan todo de arriba abajo con algo de desconfianza, el sentimiento propio de una persona que ha vivido “muchas cosas fuertes en la vida”.

Mientras ella pensaba cómo salir de esa, atrapada entre las cuatro paredes de la habitación del sexto piso, en otro lado de la ciudad un grupo periodístico se enteraba de que una mujer estaba en el Hospital Universitario a punto de parir no sé cuántos hijos, “un notición sin precedentes en Barranquilla”.

En esa época los periodistas judiciales iban al Hospital Universitario porque al lado quedaba la morgue. Un empleado vio cuando llegó Liliana en un taxi Dacia con una mecedora atrás y les avisó a los reporteros que conocía.

En su afán de verla, distintos comunicadores se trasladaron al barrio donde vivía y allá la encontraron, sentada en la mecedora, con las piernas levantadas y la suegra echándole fresco.

En distintas partes del globo replicaron la información y las personas se movilizaron para donar todo lo que necesitaban los bebés, incluso, medios nacionales comenzaron una campaña para que la Gobernación les entregara una casa y le consiguiera empleo a ‘Alex’, al que la prensa enseguida bautizó como el ‘Machoman’.

En ese entonces, el gran ‘macho’ de la ciudad, el hombre con la mayor virilidad vista, representada en el número de hijos que engendró en un solo intento, respondía a los medios que eso se debía a que comía bastante camarón y pescado. Mientras la gente en la calle lo veía “como si fuera un toro”.

“Ya yo no vivía con ella porque yo quería estar con Lorena, pero cuando me dijo que estaba embarazada me la llevé para la casa. La que siempre la atendió fue mi mamá, porque yo nunca estaba. Yo hacía unos turnos como repartidor de Postobón cuando un muchacho que trabajaba fijo no podía. No tuve contacto con ella, por eso nunca supe nada”, dice Ferrans veinte años después en la terraza de su casa del barrio La Esmeralda. “A mí la que me fue a buscar fue una muchacha de EL HERALDO para decirme que Liliana estaba en la clínica y que no se dejaba tocar”.

La muchacha de la que se acuerda Alejandro era Delfina Cuesta, una joven periodista de judiciales que desde el principio notó algo raro en el guion que recitaba la ‘futura mamá’. “Cuando yo vi a esa mujer, la impresión fue muy grande. El tamaño de su barriga no era normal, por muchos bebés que tuviese era algo absurdo”.

La cautela de Cuesta hizo que cuestionara con insistencia a los médicos. “Nosotros, Poldino Posteraro –el fotógrafo que registró este suceso con su lente– y yo, le preguntamos al doctor cómo era que ella estaba ahí si no había exámenes ni ecografías, a parte no se dejaba tocar por nadie. Cuando él le dijo que queríamos hacer algo diferente, tomarle unas fotos mostrando la barriga y que se viera muy bonita, como ejemplo de la ‘supermamá’ que iba a traer al mundo todos esos hijos, la mujer se puso histérica, pegó un grito y nos repitió que a ella nadie la tocaba, que si eso pasaba se iba a tirar”, recuerda Cuesta, al tiempo que señala que en ese momento se empezaron a prender las alarmas de las dudas.

Jaime Rodríguez fue uno de los doctores que atendió a Liliana en el Universitario. El entonces médico general de consulta externa recuerda que cuando ella llegó, su extraña barriga fue motivo de desconfianza. “Me imaginé de todo, que venía a robar o que traía algo escondido porque la cubría con una toalla. Le pedí a la enfermera que llamara al vigilante, pero ella me hacía señas con las manos, me mostraba seis dedos. Ese día, ella (Liliana) estaba acompañada por su suegra y me explicó que era un embarazo de alto riesgo, según lo que le había dicho un médico cuando le practicó la ecografía”.

Rodríguez añade que Cáceres no titubeaba para hablar de su ‘embarazo’, pues se mostraba segura de lo que aquel supuesto ‘médico’ le había indicado. Sin embargo, cuando él le dijo que le enseñara las ecografías y que debía examinarla, su tono ‘fuerte y convencido’ se fue convirtiendo en nerviosismo. “Empezó a dar muchas excusas. Dijo que ella se dejaba revisar si la suegra se salía del consultorio y así fue. La pesé, que fue lo único que me dejó hacer, y estaba en 42 kilos, algo anormal con ese barrigón. Le dije que se hiciera una ecografía y me la trajera y puse en la historia clínica: ‘paciente que no se deja examinar, llama la atención el tamaño del abdomen, pero no accedió a dejarse tocar el área abdominal. Sin diagnóstico”.

Días después, Georgina, la suegra, llegó al consultorio a buscar al doctor Rodríguez. “Me dijo que Liliana no se dejaba hacer la ecografía si yo no estaba presente. Igual no se pudo hacer nada. Luego salió en la prensa sentada en una mecedora, rodeada por la gente que la cargaba de un lado al otro”. Eso despertó la atención de otros medios y de muchos médicos que, uno a uno, fueron llegando como si su olfato clínico les indicara que un hecho así no se registraría en mucho tiempo.

“Hubo un ginecólogo en particular que le dijo al doctor Javier Patiño, que era el director del hospital, que yo me había robado a la paciente. Él me llamó y le expliqué que no había guardado silencio, que en su historia médica reposaba el caso”, comenta Rodríguez.

El extraordinario hecho hizo que se formara una ‘tiradera’ entre varios médicos del centro asistencial: por un lado, los que tenían al alcance atender a la paciente de moda, y por el otro, los que no podían acceder a ella. “El doctor Patiño fue a buscarla a su casa para trasladarla al hospital, pero ella no se quiso bajar de la ambulancia, sino hasta que yo llegué. El gerente dio la orden de llevarla al sexto piso para hacerle la ecografía, pero nuevamente fue en vano”.

Para ese momento Barranquilla era una ebullición de información. En cualquier esquina circulaba lo que era el chisme del momento. No había redes sociales, pero la comunicación voz a voz fue tan eficaz que no hubo una sola persona que habitara esta tierra caliente que no supiera de Liliana Cáceres, o por lo menos de ‘la embarazada que estaba a punto de parir a un poco de pelaos’.

“Nos la llevamos para donde el doctor Guido Parra. Lo primero que hizo fue pedir que le pusieran un televisor para verse y una pizza. Yo dejé seguir a los de El Espectador y al equipo de EL HERALDO.

Cuando fue a agarrar la comida hizo un movimiento muy brusco y rápido, imposible para una persona en su estado. Le hice señas a la enfermera y la periodista de EL HERALDO me preguntaba, ¿doctor, ella no está embarazada, verdad?, se movió muy rápido para coger la pizza”.

Los medios estaban al acecho de cada detalle. Rondaban los pasillos del centro médico, paseando de un extremo a otro y tratando de evitar que nada se les escapara. “Los periodistas no me dejaron tranquila en ningún momento. Todos los caminos estaban llenos de ellos, con cámaras y cuadernos”, recuerda Liliana. “Hasta orinar era un problema, no porque la barriga llena de trapos me lo impidiera, sino porque ellos estaban esperando a que yo me descuidara”.

“El sábado a las 9:00 a.m. me llamó el alcalde Édgar George González a decirme que le habían conseguido un trabajo al marido. Mike Schmulson ofreció hacerse cargo de los estudios universitarios de un pelao. Abrieron una cuenta bancaria en la que lograron reunirse 11 millones de pesos. Llegaron anestesiólogos, pediatras, ginecólogos, todos reconocidos de la ciudad”, dice el doctor Rodríguez.

El médico señala que hubo una ‘escena de la película’ en la que Cáceres estuvo a punto de contarle la verdad, antes de que pasara más el tiempo y empeorara la situación –que ya no podía ser peor–. “Le dije que me dijera qué estaba pasando y ella me miró como con ganas de hablar, pero cuando se decidió, abrió la puerta la trabajadora social del Departamento y todo se cayó”.

Rodríguez, que ya se había ganado la confianza de la muchacha de 16 años, la convenció para que se acostara en la camilla y se tranquilizara. Antes de eso ya había acordado con los otros doctores una maniobra para acabar con la incertidumbre de una vez por todas. “Contamos tres y cada uno la tomó por un lado. ¡¿Eche, esta vaina qué es?!, gritó Guido Parra”.

Expuesto quedó un “delantal plástico bien hecho con unos bolsillos llenos de ropa”, según Jaime Rodríguez. El llanto afloró de inmediato y ella no tenía cara. Su pena y desesperación por verse descubierta debieron ser calmados con una inyección de diazepam. “Cuando empezaron a sacarle los trapos, los médicos se fueron para sus casas. Se dio una rueda de prensa y el doctor Patiño explicó que era una falsa alarma, que no estaba embarazada”.

‘Era puro trapo’, así registró EL HERALDO la noticia, según recuerda Alix López, la periodista que hizo el seguimiento y cubrió el capítulo final. “Eso fue una bomba a nivel local y nacional porque logró engañar a todo el mundo. Era una historia como sacada de una película. Ella no habló con nosotros, la vimos a lo lejos cuando se la llevaron en la camilla para el Cari”.

Cáceres dejó de ser llamada por el nombre con el que la registraron sus padres para pasar a ser la Barriga de Trapo. Ella no estaba loca, o por lo menos los médicos no pudieron diagnosticarla con una enfermedad mental, su “pecado” fue ser joven e inmadura, incapaz de dimensionar hasta donde llegaría la mentira que se inventó por Alejandro.

No pudo seguir viviendo en Barranquilla porque las personas, “heridas o confundidas”, no toleraban su presencia. Los había engañado a todos, a Alex y hasta a su familia. “Mis papás nunca me hubiesen acolitado en semejante mentira. Ellos nunca se enteraron de nada. De Alejandro no supe más”, dice con un tono de arrepentimiento.

La historia del ‘Machoman’ transcurrió entre el desconcierto de haber creído en la mentira de Liliana y seguir adelante con su vida. Dice que nunca sintió pena, contrario a lo que la sociedad barranquillera hubiese imaginado. “¿Por qué me va a dar pena si yo  no hice nada? Yo no inventé el embarazo. Yo vivo mi vida tranquilo, trabajando como mototaxista y mamando gallo. Soy una persona muy alegre y trabajadora”.

Ferrans Altahona es un futbolista empedernido que deja en las canchas de los barrios circundantes a La Esmeralda todo el talento que tiene para jugar a la pelota. Sus amigos le dicen ‘Macho’, en el barrio no tiene otro nombre. Algunos saben la historia porque la vivieron y otros la han escuchado de vecinos y amigos. Cualquiera que sea la situación, no le molesta, pues afirma haberse adaptado a la identidad que obtuvo hace dos décadas.

Entre tanto, la vida de Liliana en Cartagena también fue difícil, le echaron agua de pescado, voló techos a la medianoche, se escondió en casas lejanas de familiares a los que no veía hace tiempo y sufrió el desprecio de la gente, pero entiende que hubiese sido así, porque ella se lo “buscó”. Hoy reconoce que la inmadurez la llevó a actuar de esa forma y que si pudiese devolver el tiempo no habría cometido el mismo error.

Ya han pasado 20 años de la historia de la Barriga de Trapo, a veces la reconocen y a veces no. Liliana Cáceres sigue adelante con la frente en alto, sonriente, pelando chapa y bailando champeta y mapalé, que es lo que le gusta hacer a esta madre hogareña y entregada a su familia. La arena de Cartagena graba sus pisadas y el mar, ese que ella mira a lo lejos con arrepentimiento, guarda los sentimientos de una mujer a la que le tocó cargar de por vida el lastre de una mentira creada “por amor”.

Ambos siguieron caminos diferentes

Después de que se descubriera que Liliana Cáceres había mentido respecto a su embarazo, Alejandro Ferrans no supo más de ella. Se fue de viaje por un tiempo y regresó a su barrio, La Esmeralda, al lado de sus familiares. Entre tanto, Liliana vive en Cartagena con su pareja y sus cuatro hijos. Trabaja en la playa haciendo masajes y trenzas y dice tener una vida tranquila, aunque en algunas ocasiones la gente la reconoce en la calle.

Reportaje realizado por la periodista Lorayne Solano para el periódico El Heraldo Barranquilla. 

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